En la Décima edición del Concurso de confinamiento del Fotoclub Poblenou, una magnífica iniciativa de la asociación para seguir incentivando la fotografía durante la fase más estricta del confinamiento por coronavirus, el tema planteado era libre aunque las fotografías debían haber sido tomado durante el periodo que duró el estado de alarma y hechas en casa o desde casa (ventana, balcón, terrado, etc ).
Para la categoría de blanco y negro opté por presentar la fotografía de las manos de una de mis vecinas aplaudiendo durante el homenaje al personal sanitario que todos los días se realizaba a las 20h desde los balcones y ventanas de los edificios. La vecina en cuestión es una señora muy mayor, alrededor de los 90 años, tal y como se aprecia en las arrugas de sus manos y, por lo tanto, una persona especialmente vulnerable ante el coronavirus. Tomé la fotografía asomándome desde mi ventana, hacia el piso inferior, dejando parte del edificio desenfocado en primer plano en el lateral izquierdo de la imagen, lo que hace ese efecto difuminado de izquierda a derecha que me parece interesante.
Para mi es una imagen que connota muchas cosas y sentimientos a la vez, algunos de ellos incluso contradictorios entre sí: ternura, temor, esperanza, fragilidad, agradecimiento, etc. y me pareció muy representativa de lo que suponía el confinamiento y la lucha contra la pandemia.
En la categoría de color presenté una imagen de lo que significó en buena medida para mi un confinamiento total en una gran ciudad, con niños y en un piso sin terraza. A riesgo de generalizar y sin querer entrar en comparativas polémicas, el confinamiento fue especialmente duro para los adultos que tuvimos que seguir trabajando, realizando las tareas del hogar y ocupándonos de los hijos. Por lo menos en nuestro caso, los niños lo pasaron relativamente bien (o por lo menos bastante mejor que nosotros) puesto que pasaban más tiempo con sus padres, jugando, viendo dibujos animados o haciendo un sin fin de actividades: manualidades, cocina, etc. Aunque, obviamente ellos también echaban de menos a su manera poder correr al aire libre, a sus amigos y abuelos, estar en contacto con la naturaleza, etc.
Para la escena utilicé el cristal translúcido de una puerta, más concretamente la del lavadero de mi casa, el cual tiene parte de una iluminación natural débil y parte de iluminación artificial. Eso, junto con el color azulado del cristal, hace que se combinen tonos fríos y cálidos a la vez. El translúcido del cristal además hace que se difuminen las siluetas que hay detrás, y a mayor distancia más imperceptibles se vuelven.
Le pedí a mi hija de dos años que posara como modelo detrás del cristal mientras yo tomaba la fotografía pidiéndole que hiciera una mueca como si de un monstruo de tratara, algo a lo que se prestó encantada por cierto. Tomé varias fotografías pero lo curioso es que la que más me gustó fue la primera de ellas, en la que hacía un gesto entre de ahogamiento, hastío, angustia, aburrimiento, etc. que, aunque ciertamente inquietante, me parecía que definían perfectamente aquellas sensaciones que en ocasiones estábamos viviendo durante ese periodo. Además el difuminado del cristal translúcido y la combinación de luces le daba un toque fantasmagórico ideal para acabar de transmitir las sensaciones que yo quería.
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