La estética de las respuestas

A lo largo de la historia en los oráculos se usaron códigos y elementos simbólicos para anticipar acontecimientos y realizar predicciones.
Un ejemplo concreto es el libro oracular chino I Ching, el “libro de las mutaciones”, de procedencia taoísta, que supone un Universo regido por el principio del cambio y la relación dialéctica entre los opuestos. De esta manera, más que una adivinación del futuro, se realiza una predicción objetiva basada en la situación presente y en la culminación de ciclos. Las predicciones se manifiestan en función de cada momento, dependiendo de cada pregunta y de cada sujeto que realice la consulta.
En cualquier caso, la mayoría de los oráculos basan sus respuestas en las interpretaciones de unos símbolos que se lanzan y se dispersan aparentemente al azar, ya sean tallos de plantas o de monedas como en el caso del I Ching, o mediante cualquier otro tipo de elementos usados en ritos ancestrales como pudieron ser las runas, el sacrificio de animales o el mismo lanzamiento de cartas astrales.
Esos códigos y sus interpretaciones fueron forjados a lo largo de los años por todo tipo de sacerdotes, profetas o farsantes y, más allá de si sus predicciones fueron o no correctas, todos ellos estaban dotados de una simbología formal determinada y con una estética propia.
Por lo tanto, se puede llegar a la conclusión de que cualquiera podría crear su propio lenguaje simbólico con sus propias interpretaciones y suponer que el sujeto no es más que un elemento de comunicación a través del cual el Universo canaliza sus respuestas, de las que no necesariamente necesita conocerse el significado para contemplar su morfología.
Nuestra actitud en ese caso sería similar a la de contemplar la caligrafía de un viejo libro escrito en una lengua muerta o extranjera de la que desconocemos su significado pero del que somos conocedores de que tiene un contenido. Así que solamente podemos especular sobre la interpretación de los resultados obtenidos, algo que muy probablemente también hicieran en el pasado los encargados mismos de leer los oráculos.
El autor presenta sobre un lienzo, como si de pintura se tratara, los resultados obtenidos después de formular preguntas sobre el devenir. Mediante el lanzamiento de substancias como sangre, cenizas, vegetales y también de otras más domésticas como el café o el vino, el objetivo no es el de tratar de anticipar los acontecimientos si no el de centrase en la estética de esas disposiciones, independientemente de si verdaderamente se tratan de respuestas o no.
Aunque realizadas sobre un lienzo o fondo neutro, las obras resultantes no son asimilables a la pintura, ya que se diferencian de ésta en el hecho de que la mayoría de las substancias aquí utilizadas no poseen la consistencia adecuada para fijar en el tiempo las formas obtenidas, necesitando por lo tanto del soporte fotográfico para documentarlas y permanecer.
De alguna manera la consideración de autoría de esas obras variará en función de nuestra subjetividad, de nuestras creencias o la ausencia de ellas, pudiéndose atribuir tanto al inconsciente del ejecutor, como al Universo, a la divinidad, al destino, al Karma, etc. o simplemente ser consideradas como puro fruto del azar.
En cualquiera de los casos suponen una manifestación estética única e irrepetible.